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Las comparaciones entre Japón y la Eurozona son por desgracia cada vez más frecuentes. Bajo crecimiento, precios casi estancados y políticas monetarias expansivas caracterizan a estas dos economías, que ven con impotencia como sus bancos centrales se quedan sin munición para revivir la economía. La Eurozona, al igual que Japón, se encuentra prácticamente en lo que se denomina como trampa de liquidez.

Y es que la Eurozona está teniendo serios problemas para erradicar la ‘mediocridad’ económica que sufre en los últimos años. Los tipos nominales del BCE se encuentran en el 0%, mientras que la inflación sigue dormida, lo que está impidiendo que los tipos reales se reduzcan lo suficiente para crear los incentivos que los bancos centrales se proponen. Se ha llegado a una situación en la que la política monetaria ha perdido casi toda su eficacia, a pesar de los continuos incrementos de la base monetaria. La trampa de liquidez es una realidad, y salir de un trampa siempre es complejo.

Como explican los expertos de la firma financiera Natixis, «el BCE ha sido capaz de reducir los tipos de interés a niveles bajos, lo que ha sido positivo para los gobiernos y los agentes privados». Familias, empresas y gobiernos se han beneficiado de un menor coste de financiación gracias a las políticas del BCE.

Sin embargo, el escaso crecimiento tanto de la producción como de los precios y unos activos de renta fija con unos rendimientos bajos, en algunos casos incluso negativos, están influyendo en las decisiones de los agentes económicos que ahora tienen una clara preferencia por la liquidez o por utilizar esos capitales para invertir fuera de Europa.

Sin embargo, ahora «la presencia de la trampa de liquidez hace que la política del BCE sea ineficiente». Además, el exceso de liquidez en los mercados genera olas masivas de compras y ventas sobre diferentes activos, unos movimientos que generan desconfianza en los inversores.

El ejemplo de Japón

Paul Krugman, premio Nobel de Economía, explica en The New York Times, que la experiencia de Japón tiene que ser una lección para la Eurozona: «La lección real del Abenomics va más allá de la política monetaria. Se supone que hay tres flechas, la política monetaria, la expansión fiscal y las reformas estructurales. Lo cierto es que la política monetaria ha sido la única que se ha lanzado».

Aunque la política monetaria ha sido suficiente para depreciar el yen y para impulsar el precio de las acciones, «no ha sido suficiente para generar un crecimiento convincente o un incremento de los precios… Al igual que las acciones del BCE tampoco han sido suficientes sin apoyo fiscal, lo que necesitamos es la segunda flecha (estímulo fiscal)», asegura Krugman.

Desde Natixis señalan que llegados este punto, «la trampa de liquidez para la Eurozona significa que las posibles mejoras de unos tipos de interés muy bajos llegan a costa de unos costes superiores en términos de desequilibrios financieros».

«No hay forma de salir de una trampa de liquidez: al igual que Japón, la Eurozona podría permanecer para siempre atrapada en una situación de bajo crecimiento e inflación», aseguran desde la firma francesa.

Resulta harto complejo abandonar este tipo de políticas expansivas sin provocar grandes turbulencias en los mercados de deuda, que podrían desembocar en una aguda crisis de deuda. Esta situación es sobre todo más engorrosa si cabe cuando los niveles de empleo y de producción se encuentran lejos de su potencial.

Paul Krugman aboga por incrementar los estímulos fiscales para animar la demanda y salir así de la situación. Otros economistas defienden realizar reformas estructurales de calado que incentiven la productividad, ayudando así al crecimiento real del PIB. Diferentes expertos creen que el panorama es simplemente complicado y auguran diez años más de crecimiento moderado y recortes para lograr que la deuda pública sea sostenible, lo que está impidiendo un crecimiento ‘decente’ en la actualidad. Sea cuál sea la solución, Japón no la ha encontrado aún y la Eurozona, por ahora, camina por un sendero parecido.

Fuente: eleconomista.es