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Puede que buena parte de Europa se hubiese olvidado de que las cuentas públicas de Grecia siguen caminando como un funambulista por una cuerda sobre el vacío, después de que la UE le ganase el pasado verano la partida al primer ministro heleno, Alexis Tsipras. Pero el riesgo que Grecia representa para el equilibrio político de la Unión Europea en general, y de la zona euro en particular, sigue presente. Y en ningún otro sitio se hace esta situación más patente que en los pasillos alfombrados y los elegantes salones de Davos.

En el nuevo capítulo de esta especie de interminable Congreso de Berlín (del siglo XIX, en el que las potencias Europeas decidieron trocear los Balcanes y fijaron para siempre su convulso futuro político) Grecia vuelve a pedir más tiempo para seguir adelante con la austeridad, Alemania rechaza nuevamente hacer más concesiones, y la Unión Europea se presta otra vez como el campo de batalla entre ambos.

En esta primera etapa, la tensión se está acumulando dentro, y no fuera, de cada uno de los protagonistas. En Grecia, el futuro político de Tsipras está ligado a la capacidad de conseguir nuevos aplazamientos por parte de Alemania. Si no lo consiguiera, algunas de sus promesas políticas podrían venirse abajo. Y la paciencia de algunos de los miembros de Syriza (los que no le abandonaron en su día, como si hizo el ministro Yannis Varoufakis) se agota poco a poco.

Si miramos hacia Alemania, Angela Merkel se ha visto atrapada por la polémica de los refugiados y la ola de xenofobia desatada tras las agresiones sexuales de la pasada nochevieja. Con poca capacidad de respuesta en ese capítulo, la canciller se queda sin profundidad estratégica para encajar el avance de las protestas más populistas, y podría verse obligada a impostar la cara más dura en el asunto griego para no ceder terreno ante la derecha radical.

En Bruselas falta energía

Y llegamos así a Bruselas. En el edificio del Consilium -donde se reunen los consejos Europeo y de la UE- y en el de la Comisión Europea, las grietas entre los estados miembros no han dejado de aumentar en los últimos meses. La guerra de Varoufakis dejó agotadas muchas de las vías de diálogo, y nuevas crisis como la propia de los refugiados, la deriva de las ínfulas totalitarias de Polonia o el previsible referéndum en Reino Unido para abandonar el bloque parecen consumir todo el oxígeno alrededor de las mesas de negociación.

Con esos mimbres, a nadie debería extrañarle que más pronto que tarde volvamos a oír hablar de la salida de Grecia del euro. Puede que las primeras páginas de los periódicos se hubiesen olvidado de ello, pero hay una persona que, como confirma una fuente del diario, no ha dejado de acariciar ese gastado dossier en todo este tiempo: el ministro alemán de finanzas, Wolfgang Schäuble.

 

Fuente: eleconomista.es